Un final poco feliz y muy rostizado
Enterado como estaba de la
historia de los dos amantes durmientes, y sediento de nuevas aventuras, se
decidió a emprender viaje en busca de la fama y fortuna que tiempo atrás lo
había abandonado. Vistió sus mejores galas,
calzó sus relucientes botas y se terció espada y botija de agua, que eran parte
de la estrategia ya ideada en su mente felina y sagaz.
En el recorrido por los campos,
evocó sus aventuras con el falso Marqués de Carabás, el ogro y otros tantos
personajes del cuento que hoy decidía abandonar. El Gato con Botas emigraba con gran
decisión.
Recorrió el camino enfrentando
nuevos peligros y sin dejar de tomar a sorbos el agua de tinaja que había
cuidado de llevar en su botija. ¡Era
parte esencial del plan!
Al llegar, se abrió paso entre la multitud que se aglomeraba para ver al forastero felino que calzaba botas mágicas. Entró, confiado y sonriente, al recinto donde yacía la durmiente pareja y, en un abrir y cerrar de ojos, vació con mucho tino su contenido vesical en las reales faces de los durmientes enamorados. Despertaron sorprendidos por el tibio y fétido baño. De pronto se cerraron las cortinas de la alcoba principesca y la multitud, silente y atenta ya para ese momento, sólo alzanzó a oír un maullido ahogado y una espada caer. Luego un olor a carne asada invadió los espacios de palacio. Y ya nunca se supo qué había sido del dueño de aquellas botas que ahora colgaban en el portal del jardín principal de palacio, mezcla de tributo y advertencia. Y fueron todos felices por siempre (menos uno)….