sábado, 12 de octubre de 2013

Resistencia



Resistencia

Fue en un doce de octubre
que esta historia comenzó
de un encuentro que marcó
toda la historia del hombre.


Llegaron en carabelas
¡dicen que fue a descubrirnos!
lo que hicieron fue cundirnos
de enfermedad y miserias.

Olvidan los estropicios,
las deshonras, los engaños
las argucias que de antaño
idearon con maña y vicio.

No recuerdan el pasado,
de esclavitud y de muerte
que arrasó a un pueblo fuerte
con tretas, armas y soldados.

No se recuerda al esclavo
arrancado de su tierra
y se omite que esa guerra
arrasó muchos poblados.

Muchas civilizaciones
cayeron, fueron muriendo,
y, así, todas las regiones
el colono fue  invadiendo.

La población fue mermada
por un vil sometimiento
y hoy gritan a los cuatro vientos
que América es una sublevada.

Sublevada no, ¡valiente!
lo demostró Guaicaipuro
un cacique recio y duro
que, liderando a su gente,

se enfrentó con gallardía
con honor y gran tesón
al extranjero que un día
quiso retar su valor.

Así como este cacique
que murió dando batalla
América aún no se calla
y no hay quien la colonice.

Somos libres de alma y cuerpo
y hoy, Día de la Resistencia,
defendamos lo que es nuestro
con amor y con consciencia.

¡Resistencia!, es un mandato
legado por nuestros indios
y hoy todos, jóvenes y niños,
habremos de acatarlo:

Respetemos nuestro suelo
y nuestros símbolos patrios
levantemos siempre el vuelo
con gran aire libertario.

Que nadie ponga su bota
sobre nuestro suelo patrio,
que nadie ose, ¡jamás!

siquiera soñar pisarnos.

El Sentido de mi Vida


El Sentido de mi Vida
La lectura de la obra de Viktor Frankl me supuso un reencuentro con la capacidad que tengo como ser humano para decidir vivir mi vida a gusto y en atención a logros pequeños, logros que se hacen presentes en el día a día y que de alguna forma se convierten en el sistema de engranajes que mantiene en movimiento a la persona que soy y al ser humano en formación constante que nunca dejaré de ser.

Cuando comencé la lectura, tuve la impresión de estar leyendo una historia más acerca de los horrores de la guerra, narrada desde la perspectiva frustrada y reconcomiada de un ex refugiado que aún no lograba superar su pena de haber sido vejado una y otra vez por insensibles oficiales que no consideraban en absoluto la dignidad humana.  Me sorprendió gratamente el hecho de conocer un nuevo enfoque respecto a lo que es decidir cómo sentirse y cómo reaccionar ante diferentes estímulos negativos que pudieran considerarse fatales para la subsistencia. La actitud “de vida” asumida por Viktor Frankl es bien difícil de lograr, sobre todo por el hecho de que, como dice Bucay en El Camino de las Lágrimas
…hemos sido entrenados por los más influyentes de nuestros educadores para creer que no soportaremos el dolor, que nadie puede superar la muerte de un ser querido, que podríamos morir si la persona amada nos deja, que la tristeza es nefasta y destructiva, que no somos capaces de aguantar ni siquiera un momento de sufrimiento extremo de una pérdida importante. Y nosotros vivimos así, condicionando nuestra vida con estos pensamientos, que como la mayoría de las creencias aprendidas son una compañía peligrosa y actúan como grandes enemigos que nos empujasen a veces a costo mayores que los que supuestamente evitan. (p. 2)

Y es que como ya dije, es poco lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida respecto a trascender el propio dolor, superar las dificultades y –cual ave fénix- levantarnos de las cenizas para constituirnos en nuestra propia fortaleza. Por el contrario, como bien lo expresa el citado autor, nos condicionamos y creamos enemigos interiores que merman poco a poco las ganas de seguir adelante ante cada una de las adversidades –grandes o nimias- que nos tocan enfrentar en nuestro recorrido por el camino de la vida. 
Lo dicho, juraba que estaba ante una nueva “Lista de Schindler” y ya me preparaba para lo peor. En contraposición a todo esto me descubrí disfrutando de la historia de “un loco” que, ante una situación crucial que amenazaba su propia existencia, decidió vaciar el sufrimiento y el dolor, desalojarlos por completo de su cuerpo y colmar cada uno de esos espacios con unas ganas de vivir que a veces me parecieron posibles sólo vistas desde la perspectiva del personaje interpretado por Federico Fellini en la película “La Vida es Bella”.  Sin embargo, el personaje encarnado por Fellini se me antojó muchas veces pusilánime y  falto de esa dignidad y espíritu asertivo que Frankl pone de manifiesto hasta para encarar al agresor en un momento en que a muchos nos habría parecido más conveniente callar o asentir, a pesar del vejamen del infringido. Reitero mi admiración por tal actitud, así como mi incredulidad ante la capacidad para mantener el centro de tal manera. Y es que esto de mantener el centro, sobre todo en momentos de dificultad, se me hace un poco cuesta arriba, a tal punto que en algunos segmentos de la lectura llegué a sentir cierta antipatía y animadversión contra “este tipo” (así lo llamaba para mis adentros en los lapsos que mi encono no me dejaba otra salida que una mezcla de rabia-envidia por la actitud asumida ante las situaciones críticas) y cierto nivel de empatía con “los de verdad”…  Sí, de alguna forma me llegué a sentir más identificada con los derrotistas que con ese espíritu optimista y aguerrido dispuesto a auto preservarse que encarna Viktor Frankl; y es que, en los últimos 10 años, he atravesado por un sinnúmero de vicisitudes relacionadas con mi salud que en más de una oportunidad me han hecho sentir esa autocompasión y resignación de la que me sentí copartícipe en varias oportunidades.
Pero en algún punto de la lectura ese mismo espíritu optimista que subyace en todo el relato me recordó a alguien muy cercano, especialmente cuando se hace referencia a la frase de Nietzsche que versa “Quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier como”, y fue allí donde la antipatía y la incredulidad perdieron fuerza porque me pegaron la nariz con una realidad palpable, con un ser “de verdad” a los ojos de mi limitada imaginación que de una u otra manera y posiblemente sin saberlo, pregona con el ejemplo mucho de lo que postula “el Dr. Frankl”: mi madre.  Sí, ella, con su sencillez, con sus muchas razones para decir Gracias Padre aún en los momentos más adversos, me fue más real, más ejemplificable para la teoría propuesta en la obra que tenía en mis manos. Y tal vez quien lea estas líneas dirá que sólo se trata de alguna manifestación edípica o eléctrica (¿se dice de esta manera?) de quien escribe al tratar de ensalzar o sobrevaluar las actitudes propias de una madre. Y puede que tenga razón. Pero en lo que a mí concierne, me fue mucho más fácil aceptar que un ser así y una determinación tal existen desde el conocimiento de esta persona maravillosa que ha caminado un largo trayecto conmigo y que, hoy por hoy, sigue dándome lecciones de perseverancia y ánimos para dar el siguiente paso en mis momentos de cansancio, de duda o de desfallecimiento. Y lo increíble de todo no resulta ser que exista esta persona maravillosa capaz de mantener su centro en el “por qué” vivir, sino el hecho de que en muchas oportunidades esto pasa por alto ante nuestros ojos por múltiples razones.
Quiero aclarar en este punto que a estas alturas me descubro mucho más imperfecta, inmadura y necesitada de “sanación interna” de lo que me creía antes de comenzar la lectura del material revisado, no por éste en sí mismo, sino por el viaje interior que ha acompañado su lectura hacia mis afectos, mis actitudes ante las vivencias de mis “ticinco” y por la revisión que causalmente el momento que vivo me ha llevado a hacer de algunas cosas que a lo mejor no están explícitamente planteadas en la obra leída, pero que de una u otra forma me mueven en este instante, sobre todo al hacer referencia a la actitud siempre con la mirada en el horizonte de mi madre ante mis tantas “derrotas”. Y es que no sólo se trata, creo, de lo que dice un texto determinado lo que de él nos conmueve o nos lleva a la reflexión. Me parece más bien que ésta viene determinada por los muchos otros factores que pululan en el contexto interno de quien lee y tal es mi caso, porque incluso recordé, ante mi inclinación a la autocrítica a veces excesiva, que Savater en su Ética para Amador (lamento no poder mencionar el año, pues tengo el ejemplar en formato digital y “fusilado”) cita al poeta Jorge Luis Borges y hace referencia al hecho de que cada cual decide y es responsable de cuán buena ha de ser la vida que ha de llevar, señalando que

El meollo de la responsabilidad, por si te interesa saberlo, no consiste simplemente en tener la gallardía o la honradez de asumir las propias meteduras de pata sin buscar excusas a derecha e izquierda. El tipo responsable es consciente de lo real de su libertad. Y empleo «real» en el doble sentido de «auténtico» o «verdadero» pero también de «propio de un rey»: el que toma decisiones sin que nadie por encima suyo le dé órdenes. Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy transformándome poco a poco. Todas mis decisiones dejan huella en mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea. Y claro, una vez empleada mi libertad en irme haciendo un rostro ya no puedo quejarme o asustarme de lo que veo en el espejo cuando me miro... Si obro bien cada vez me será más difícil obrar mal (y al revés, por desgracia): por eso lo ideal es ir cogiendo el vicio... de vivir bien. (p. 42)

Y al retomar el texto anterior me descubro reprendiéndome por todas las veces que le he dado más importancia al “cómo” y he dejado de lado los muchos “por qué” que plenan mi vida y le dan sentido desde que abro los ojos al alba, hasta que ya muy entrada la noche los cierro cansada y muchas veces renegando de haberlos abierto al amanecer. Sin embargo, a pesar de la reprimenda, decido aplaudirme y darme un cariñito porque a pesar de los olvidos y más allá de las múltiples veces que he renegado, siempre he logrado asirme a mi por qué personal, que tiene múltiples caras y que siempre tiene el rostro de mis amores, mi hija, mi madre, mis hermanas, mi sobrina… y el mío propio: el rostro que puedo ver ante cada logro, por pequeño que sea y que me empuja a seguir adelante, sin prisa pero sin pausa.
Para culminar, aunque siento que es mucho más lo que ahora quiero decir y escribir que cuando comencé a hacerlo, me gustaría cerrar este escrito con otro fragmento de Ética para Amador cuyo contenido me parece que “viene al pelo” en el tema tratado en los párrafos anteriores:
¿El sentido de la vida? Primero, procurar no fallar; luego, procurar fallar sin desfallecer. En cuanto a si merece la pena vivir, te remito a lo que comentaba a este respecto Samuel Butler, un escritor inglés a menudo guasón: «Ésa es una pregunta para un embrión no para un hombre.» Cualquiera que sea el criterio que elijas para juzgar si la vida vale la pena o no, lo tendrás que tomar de esa misma vida en la que ya estás sumergido. Incluso si rechazas la vida, lo harás en nombre de valores vitales, de ideales o ilusiones que has aprendido durante el oficio de vivir. De modo que es la vida lo que vale... incluso para quien llega a la conclusión de que no vale la pena vivir. ¡Más razonable sería preguntarnos si «tiene sentido la muerte», si la muerte «vale la pena», porque de ésa si que no sabemos nada, ya que todo nuestro saber y todo lo que para nosotros vale proviene de la vida! Creo que toda ética digna de ese nombre parte de la vida y se propone reforzarla, hacerla más rica. Me atreveré a ir más lejos, ahora que nadie nos oye: pienso que sólo es bueno el que siente una antipatía activa por la muerte. ¡Ojo! Digo «antipatía» y no «miedo»; en el miedo siempre hay un inicio de respeto y bastante sumisión. No creo que la muerte se merezca tanto... Pero ¿hay vida después de la muerte? Desconfío de todo lo que debe conseguirse gracias a la muerte, aceptándola, utilizándola, haciendo manitas con ella, sea la gloria en este mundo o la vida perdurable en algún otro. Lo que me interesa no es si hay vida después de la muerte, sino que haya vida antes. Y que esa vida sea buena, no simple supervivencia o miedo constante a morir. (p. 69)

Coincido plenamente con lo expresado por Savater y me declaro en defensa del momento presente, del aquí y del ahora, no por simple inmediatismo, sino como posibilidad para dar continuar y hacer realidad los sueños del ayer y porque es el único tiempo en el que nos es posible construir el mañana.
 Sólo me basta decir: ¡El que tenga ojos, que oiga! J








Referencias:
Bucay, J. (S/F): El Camino de las Lágrimas.  Edición digital publicada por www.capitalemocional.com
Frankl, V (S/F).: El Sentido de la Vida
Savater, F. (S/F): Ética para Amador. Edición digital.


Vivir a pesar de todo y de todos

VIVIR A PESAR DE TODO Y DE TODOS

“Find the joy in your life”… encuentra la felicidad en tu vida, ésta es una de las recomendaciones más profundas que pueden extraerse de la película Antes de Partir, cuya proyección disfrutamos en días pasados.  Y esta recomendación involucra el asumir la vida propia desde la responsabilidad de su disfrute a plenitud como ser humano individual, pero también gregario, que se relaciona con otras personas y que –gracias a dicha interrelación- es capaz de disfrutar su existencia a plenitud.
La trama nos muestra a dos personajes totalmente contrapuestos
–aparentemente- y disímiles, cuyos esquemas de valores parecieran irreconciliables, pero que a la larga se revelan muy similares, sólo que concebidos desde diferentes perspectivas, propias de las experiencias de vida de cada uno.  Y son esos esquemas de valores y ese encuentro los que guían de alguna manera un viaje introspectivo llevado simultáneamente al desarrollo de la trama.  Mientras observamos la pantalla, nos revisamos –consciente o inconscientemente- para “sacar nuestras cuentas” y compararnos con algunos valores y principios de vida que se hacen evidentes en la historia presentada.  En primer lugar se pone de manifiesto la vida como valor terminal (Rokeach, 1973) para ambos personajes, concebido por Carter como una experiencia sustentada en otros valores instrumentales como la coherencia, la responsabilidad, la lealtad y el amor, entre otros.  Para Edward, por su parte, este valor obtiene su validación mediante otros que permiten su subsistencia: la perseverancia, la superación, la constancia y la responsabilidad. 
De cara a esto, Carter, al vivir en forma coherente a sus principios, siente y afirma haber encontrado el gozo (prefiero llamarlo de esa manera) de ser humano, amado y amante de quienes le rodean, a pesar de no haber cumplido todas las metas que en algún momento conformaron su proyecto de vida, alterado radicalmente por el nacimiento de su primer hijo.  Y es sobre la base de esa vivencia –y de la observación que le ha permitido el acercamiento durante las semanas compartidas- que Carter increpa a Edward acerca de si ha sido feliz y si ha hecho felices a otros. Él siente que , habiendo vivido conforme a sus principios dando a otros la autenticidad de su persona, ha logrado regalarles la felicidad que estaba en sus manos y que ha recibido a cambio el gozo necesario para sentirse bien consigo mismo, aún de cara a la muerte, representada por una inminente metástasis cancerígena.  Edward, por su parte, al sentirse reconocido, próspero y cómodamente atendido, considera que también ha sido feliz.  Sin embargo, al encarar la pregunta de Carter, se percata de que si bien es cierto que sus valores le han concedido una vida cómoda y plena de lujos, la persona humana que él es aún resiente la necesidad de otros aspectos, que yo –como espectadora- relaciono con la priorización equivocada (¿o debería decir “relativizada”?) de otros valores –instrumentales unos, terminales, otros- que no permiten su realización plena como ser humano.  Al igual que a Carter, el tiempo compartido como parte de su proyecto “terminal” de vida, le permite revisar su esquema de valores y reformular –a regañadientes- algunos que él sabe deben tener una mayor relevancia, pero que por soberbia y por miedo (antivalores que de una u otra manera también se manifiestan en nuestras vidas) él se niega a reconocer.
Al igual que Carter y Edward, siento que mi vida ha estado guiada por valores, cuya revisión no ha sido del todo constante pero no por ello puedo afirmar que no hayan cambiado a lo largo de mi vida.  Es así como valores que creí en un momento poco relevantes por el hecho de que a veces los tenemos tan a la vista, tan a la mano, tan sin pedirlos (como la familia, el amor, la coherencia, la salud); con el tiempo se han convertido en elementos fundamentales para mi existencia y mi crecimiento continuo como persona.  Cabe en este punto retomar lo que se define como valor, entendiendo que 
Todo valor supone la existencia de una cosa o persona que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen existencia real sino adheridos a los objetos que lo sostienen. Antes son meras posibilidades. (Prieto Figueroa, 1984, p. 186)

y es en este sentido –amplio, a mi parecer- que concibo los valores antes mencionados.  Son principios de vida que para mí gozan de una importancia radical y sin los cuales perdería buena parte de la esencia de la persona que soy.  Y en este sentido, el de ser persona, puedo reconocerme no sólo en los valores que me relacionan con mis seres queridos, con la vida misma; también puedo admitir que existen otros valores de índole personal que rigen mi comportamiento intrapersonal e interpersonal, como son: el Honor, la Responsabilidad, la Libertad, la Humildad, la Tolerancia, la Solidaridad, la Honestidad, la Confianza, el Respeto y la Lealtad. Valores todos que se manifiestan en mayor o menor intensidad en los diferentes ámbitos de mi vida y que –no puedo negarlo-, como todo ser humano, en muchas oportunidades puedo llegar a dejar de lado, bien sea condicionada por mis propias decisiones, miedos, aspiraciones, o por las situaciones que se presentan en un momento determinado. Y es que no se puede dejar de lado que la valoración de nosotros mismos y de nuestro entorno es compleja e incluye una serie de escenarios de índole intelectual y afectiva que implican tomar decisiones; estimar situaciones, personas, cosas y actuar en consecuencia.  Esto influye, como ya señalé, en todos los ámbitos de nuestro hacer y vivir y supone la formulación de metas y propósitos personales para convertirse en fuerza orientadora de nuestra conducta y nuestros logros. En este sentido, podemos retomar la parte de la película donde ambos personajes discuten su “bucket list”, su lista de logros; su proyecto de vida para lo que será su futuro, aparentemente determinado por una muerte inminente.

En este punto, puedo afirmar que sentí gran empatía por el personaje de Carter, por el hecho de que de cara a una situación tan radical, revisa y reformula sus aspiraciones en ese momento de su vida.  Siempre he creído que los seres humanos en algún momento, si no constantemente –no necesariamente de cara a la muerte-, nos tomamos un tiempo para “sacar cuentas”, hacer una especie de arqueo de lo que tenemos, lo que esperábamos tener y  de los logros que hemos cosechado en el camino de nuestra vida.  Pero no sólo con ese aspecto, sino porque – a pesar de la frustración escondida (recordemos la evocación de su deseo no concretado de ser profesor de Historia)- es una persona que trata de ser coherente con sus principios y valores, aún en momentos de crisis.  Extrapolando esto a mi situación personal, puedo afirmar que, de cara a mi Proposición de Proyecto, he evidenciado que sí he tenido esos momentos en los que llevo a cabo un arqueo de logros y del punto en el que me encuentro; sólo que con una diferencia notoria: no ha habido un plan de vida real que pudiera servir como referente para las comparaciones en las que incurrimos cuando hacemos tal actividad.  Y con esto no quiero decir que mi vida haya sido siempre un divagar sin rumbo concreto, lo que quiero manifestar es que ese plan de vida no ha sido plasmado de manera concreta y, lo poco –al menos para mí lo es- que he planteado ha sido en el término de 10 años hacia el presente.  Parecerá una locura, pero en este punto no veo sentido a mentir al respecto, siendo que mi Proyecto del Ser tiene mucho que ver con ese aspecto que realmente no ha tenido consistencia y que se evidencia con mucho en lo que concierne a mi persona y mi forma de afrontar ciertas situaciones.

Por otra parte, me ha llamado mucho la atención la capacidad de comunicación de Carter, de escuchar al otro más en su hacer que en su decir y la espera del momento oportuno para establecer un canal efectivo para este acto tan importante para el ser humano, logrando interactuar de forma efectiva con su interlocutor, cualidades que considero debemos cultivar como docentes y como seres humanos, para garantizarnos en alguna medida un desempeño no sólo productivo y beneficioso, sino también afectivamente y emocionalmente enriquecedor.  Sin embargo, pecaría de injusta conmigo misma si no reconociera haberme visto reflejada también en ciertas actitudes de Edward, en la prepotencia, y –en muchas oportunidades- cierto miedo que reflejan ambos personajes: Edward ante situaciones de su vida pasada que aún no ha resuelto, Carter, ante la inminencia de la muerte y la certeza de que muchos planes podrán quedar inconclusos.  A pesar de estos miedos ambos se encuentran en un momento en el que logran aceptarse el uno al otro y compartir una lista de logros que dejan de ser individuales para ser fruto compartido de una experiencia de vida. Buscando un poco –a lo mejor forzando las situaciones la aplicación práctica a esa lista conjunta de metas por cumplir, recordé muchas oportunidades en mi quehacer docente cuando me he topado con alumnos desahuciados por el sistema, por sus padres, por los maestros, nuestros colegas.  Y es aquí donde le veo –entre muchas otras-, el aprendizaje que me ha dado la película: vivir a pesar de todo y de todos, el no permitir que nadie nos diga que no podemos lograr nuestras metas y, especialmente como docente, el de no desahuciar a un alumno por el solo hecho de considerar que no se ajusta a mi esquema de expectativas.  Siento que seremos mejores docentes y mejores personas en la medida que, como Carter, seamos capaces de ejercer esa escucha activa que permite trascender el límite de las palabras y llegar a las expresiones, a las experiencias de vida de nuestro interlocutor –llámese alumno, hijo, representante, pareja, amigo- para establecer una comunicación en la que realmente podamos involucrarnos desde la razón y desde los afectos. Me parece que es una manera de poner el granito de arena para seguir esa recomendación “find the joy in your live”… vivir a pesar de todo y de todos, vivir para ti, pero también con la plena consciencia de que tu vida, tus vivencias, no sólo tuyas, sino que forman parte también del acervo de las vivencias de quienes forman parte de ella.  Seguir esta  recomendación que puede dejarnos como regalo final aquello que decía al principio de la película y que me quedó grabado desde el primer momento, llegar al final de nuestros días “con los ojos cerrados, pero con el corazón abierto”.

 

Referencias

Prieto Figueroa, L. B. (1984): Principios generales de la educación. Caracas: Monte Ávila.

Rokeach, M. (1973): The nature of human values. New York: Free Press.

http://www.elseptimoarte.net/peliculas/the-bucket-list-764.html

http://www.imdb.com/title/tt0825232/