jueves, 20 de diciembre de 2012

¡Mañana será otro día!



Llevo acostada tanto tiempo en la desoladora playa del dolor que ya se me hace extraño imaginar otro paisaje. Mis pechos colinas erguidas al viento, orgullosas y serenas –que por mucho tiempo me hicieron sentir hoja seca- muestran hoy el rastro de un inmisericorde bisturí y apenas vuelven a ser sensibles al contacto de otra piel. Aún así los amo, sus cicatrices me recuerdan el triunfo en una batalla.
Levanto mi cabeza y una sensación de pérdida, de no ser, de ser sin estar, me abruma… aún sigo aquí.
Mis ojos, hinchados de tanto derramarse en largas horas de dolor, apenas pueden abrirse… hoy no disfrutan del resplandeciente sol, del azul brillante de un cielo iluminado con su luz… hoy hasta esa luz duele.
Mis muslos, tensos y pesados ruegan, por piedad, un poco más de descanso; “no te incorpores”, parecen gritar… y mi espalda, mi cadera, toda esta máquina gastada de músculos dolientes se unen a esta ferviente súplica. Me abruman sus gritos. Es como si cada uno de ellas fuese un alma en pena, clamando salvación. Me apiado de ellos. De mí. Seguiré recostada en este lecho vacío. Donde ni siquiera tengo el consuelo de ser tuya. Con ese dolor, externo y profundo, no puedo lidiar. ¡Pero qué más da! Ya vendrán otros días de sol en que nuevamente podré salir a pasear mi sonrisa, hoy exiliada y distante de mi rostro… ¡Mañana será otro día!

Osiris

Inocente criatura


Y la niña, en su inocencia, cree que sus padres se distancian de ella para tomarle una foto... En una hora, cuando llegue la patrulla policial, estará hinchada de llorar, muda de llamar a gritos a una mami que -con suerte- no volverá a ver y a quien, en unos 15 años, -con otro poco de suerte- ya habrá olvidado. Su padre, esta misma noche se suicidará. No soporta la propia vida, ¿cómo soportar la de dos personas más?

Osiris

Me vestiré de alegría


Despeinada y algo triste,
relegada de la vida,
con la sonrisa fruncida
por las penas que me embisten
así, hoy, me he despertado
llorando mis penas viejas,
esas que aún no me dejan,
a pesar de ser pasado.

Pero una arruga -oportuna-
me ha dado pronto el aviso,
pues sin pedirme permiso
se alojó en mi tez moruna.
Decido entonces final
ponerle a mi desventura:
digo adiós a la amargura
y me río de mi mal.

Me vestiré de alegría:
con mis risas haré un manto
y -a pesar de tanto llanto-
encararé al nuevo día.
Hoy, a pesar de todo,
enjugaré -esperanzada-
las lágrimas de mis ojos
y no lloraré por nada

Mañana será otro día
ya con sus propias faenas
lo viviré por mí, por mi nena,
bien trajeada de alegría.
Me saldrán 
patas de gallo,
no lo niego, es natural,
pero, ¡que me parta un rayo
si sólo son de llorar!

Cada lágrima brotada
de mis ojos, yo decido,
que ha de ser representada
con risas en mi vestido.
Y así, juntos, risa y llanto,
vestirán mis experiencias
endulzarán mi existencia
¡y enriquecerán mi canto!


Osiris

miércoles, 19 de diciembre de 2012

¡El Fin del Mundo es una Mierda!


¡El Fin del Mundo es una Mierda!

El amanecer del día 22 la vio caminar a tientas por el medio de la calle.  Apenas lograba reconocer la fachada de su casa, frente a la cual yacían, inermes y solitarias, las muchas botellas que compartió con aquella tropa de desconocidos fatalistas que se le unieron la noche anterior para compartir el temor y ahogar las penas del fatídico desenlace.

Poco a poco su cuerpo recobraba la noción tiempo – espacio que sentía distorsionada (debía ser por el cachito de marihuana, el licor nunca la había subido de esa manera). Una extraña sensación de amplitud corporal y un dolor generalizado la hacían tambalearse aún más.  No lograba comprender la razón de ese malestar y de tanto cansancio hasta que, al entrar a su alcoba, recogió los 38 condones esparcidos por el piso y el closet (eran 40, dos se rompieron en plena juerga) y recordó uno de sus propósitos de fin de mundo: romper y multiplicar su marca sexual de por vida.  Voluntarios no faltaron y logró agotar aquella cajita multisápida y colorida de variados condones que había recabado con total intención durante el último mes.

La cama y un espejo eran el único mobiliario en su casa pues, ante la inminente desaparición de la especie humana, decidió venderlo todo e invertir en sexo, drogas y licor… Y regalar algo de dinero a los pobres, por aquello de la redención final.  Hasta esas paredes le eran ajenas, en el sentido más puro: la casa también era parte de las ventas apocalípticas que había realizado, lo recordó al ver llegar el camión de la mudanza de sus nuevos dueños y sentir en su cabeza el dolor de la alegría de aquellos a quienes había creído estafar (¡a quién se le ocurre comprar bienes inmuebles de cara a la destrucción masiva de la humanidad!).

Frente al espejo que tanto la vio reír el día y la noche anteriores, ahora lloraba.  Con la cara entre sus manos y sumida en la autoconmiseración, gritó con dolor desgarrador: - ¡El fin del mundo es una mierda!  Y cayó desmayada por la resaca.