sábado, 12 de octubre de 2013

El Sentido de mi Vida


El Sentido de mi Vida
La lectura de la obra de Viktor Frankl me supuso un reencuentro con la capacidad que tengo como ser humano para decidir vivir mi vida a gusto y en atención a logros pequeños, logros que se hacen presentes en el día a día y que de alguna forma se convierten en el sistema de engranajes que mantiene en movimiento a la persona que soy y al ser humano en formación constante que nunca dejaré de ser.

Cuando comencé la lectura, tuve la impresión de estar leyendo una historia más acerca de los horrores de la guerra, narrada desde la perspectiva frustrada y reconcomiada de un ex refugiado que aún no lograba superar su pena de haber sido vejado una y otra vez por insensibles oficiales que no consideraban en absoluto la dignidad humana.  Me sorprendió gratamente el hecho de conocer un nuevo enfoque respecto a lo que es decidir cómo sentirse y cómo reaccionar ante diferentes estímulos negativos que pudieran considerarse fatales para la subsistencia. La actitud “de vida” asumida por Viktor Frankl es bien difícil de lograr, sobre todo por el hecho de que, como dice Bucay en El Camino de las Lágrimas
…hemos sido entrenados por los más influyentes de nuestros educadores para creer que no soportaremos el dolor, que nadie puede superar la muerte de un ser querido, que podríamos morir si la persona amada nos deja, que la tristeza es nefasta y destructiva, que no somos capaces de aguantar ni siquiera un momento de sufrimiento extremo de una pérdida importante. Y nosotros vivimos así, condicionando nuestra vida con estos pensamientos, que como la mayoría de las creencias aprendidas son una compañía peligrosa y actúan como grandes enemigos que nos empujasen a veces a costo mayores que los que supuestamente evitan. (p. 2)

Y es que como ya dije, es poco lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida respecto a trascender el propio dolor, superar las dificultades y –cual ave fénix- levantarnos de las cenizas para constituirnos en nuestra propia fortaleza. Por el contrario, como bien lo expresa el citado autor, nos condicionamos y creamos enemigos interiores que merman poco a poco las ganas de seguir adelante ante cada una de las adversidades –grandes o nimias- que nos tocan enfrentar en nuestro recorrido por el camino de la vida. 
Lo dicho, juraba que estaba ante una nueva “Lista de Schindler” y ya me preparaba para lo peor. En contraposición a todo esto me descubrí disfrutando de la historia de “un loco” que, ante una situación crucial que amenazaba su propia existencia, decidió vaciar el sufrimiento y el dolor, desalojarlos por completo de su cuerpo y colmar cada uno de esos espacios con unas ganas de vivir que a veces me parecieron posibles sólo vistas desde la perspectiva del personaje interpretado por Federico Fellini en la película “La Vida es Bella”.  Sin embargo, el personaje encarnado por Fellini se me antojó muchas veces pusilánime y  falto de esa dignidad y espíritu asertivo que Frankl pone de manifiesto hasta para encarar al agresor en un momento en que a muchos nos habría parecido más conveniente callar o asentir, a pesar del vejamen del infringido. Reitero mi admiración por tal actitud, así como mi incredulidad ante la capacidad para mantener el centro de tal manera. Y es que esto de mantener el centro, sobre todo en momentos de dificultad, se me hace un poco cuesta arriba, a tal punto que en algunos segmentos de la lectura llegué a sentir cierta antipatía y animadversión contra “este tipo” (así lo llamaba para mis adentros en los lapsos que mi encono no me dejaba otra salida que una mezcla de rabia-envidia por la actitud asumida ante las situaciones críticas) y cierto nivel de empatía con “los de verdad”…  Sí, de alguna forma me llegué a sentir más identificada con los derrotistas que con ese espíritu optimista y aguerrido dispuesto a auto preservarse que encarna Viktor Frankl; y es que, en los últimos 10 años, he atravesado por un sinnúmero de vicisitudes relacionadas con mi salud que en más de una oportunidad me han hecho sentir esa autocompasión y resignación de la que me sentí copartícipe en varias oportunidades.
Pero en algún punto de la lectura ese mismo espíritu optimista que subyace en todo el relato me recordó a alguien muy cercano, especialmente cuando se hace referencia a la frase de Nietzsche que versa “Quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier como”, y fue allí donde la antipatía y la incredulidad perdieron fuerza porque me pegaron la nariz con una realidad palpable, con un ser “de verdad” a los ojos de mi limitada imaginación que de una u otra manera y posiblemente sin saberlo, pregona con el ejemplo mucho de lo que postula “el Dr. Frankl”: mi madre.  Sí, ella, con su sencillez, con sus muchas razones para decir Gracias Padre aún en los momentos más adversos, me fue más real, más ejemplificable para la teoría propuesta en la obra que tenía en mis manos. Y tal vez quien lea estas líneas dirá que sólo se trata de alguna manifestación edípica o eléctrica (¿se dice de esta manera?) de quien escribe al tratar de ensalzar o sobrevaluar las actitudes propias de una madre. Y puede que tenga razón. Pero en lo que a mí concierne, me fue mucho más fácil aceptar que un ser así y una determinación tal existen desde el conocimiento de esta persona maravillosa que ha caminado un largo trayecto conmigo y que, hoy por hoy, sigue dándome lecciones de perseverancia y ánimos para dar el siguiente paso en mis momentos de cansancio, de duda o de desfallecimiento. Y lo increíble de todo no resulta ser que exista esta persona maravillosa capaz de mantener su centro en el “por qué” vivir, sino el hecho de que en muchas oportunidades esto pasa por alto ante nuestros ojos por múltiples razones.
Quiero aclarar en este punto que a estas alturas me descubro mucho más imperfecta, inmadura y necesitada de “sanación interna” de lo que me creía antes de comenzar la lectura del material revisado, no por éste en sí mismo, sino por el viaje interior que ha acompañado su lectura hacia mis afectos, mis actitudes ante las vivencias de mis “ticinco” y por la revisión que causalmente el momento que vivo me ha llevado a hacer de algunas cosas que a lo mejor no están explícitamente planteadas en la obra leída, pero que de una u otra forma me mueven en este instante, sobre todo al hacer referencia a la actitud siempre con la mirada en el horizonte de mi madre ante mis tantas “derrotas”. Y es que no sólo se trata, creo, de lo que dice un texto determinado lo que de él nos conmueve o nos lleva a la reflexión. Me parece más bien que ésta viene determinada por los muchos otros factores que pululan en el contexto interno de quien lee y tal es mi caso, porque incluso recordé, ante mi inclinación a la autocrítica a veces excesiva, que Savater en su Ética para Amador (lamento no poder mencionar el año, pues tengo el ejemplar en formato digital y “fusilado”) cita al poeta Jorge Luis Borges y hace referencia al hecho de que cada cual decide y es responsable de cuán buena ha de ser la vida que ha de llevar, señalando que

El meollo de la responsabilidad, por si te interesa saberlo, no consiste simplemente en tener la gallardía o la honradez de asumir las propias meteduras de pata sin buscar excusas a derecha e izquierda. El tipo responsable es consciente de lo real de su libertad. Y empleo «real» en el doble sentido de «auténtico» o «verdadero» pero también de «propio de un rey»: el que toma decisiones sin que nadie por encima suyo le dé órdenes. Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy transformándome poco a poco. Todas mis decisiones dejan huella en mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea. Y claro, una vez empleada mi libertad en irme haciendo un rostro ya no puedo quejarme o asustarme de lo que veo en el espejo cuando me miro... Si obro bien cada vez me será más difícil obrar mal (y al revés, por desgracia): por eso lo ideal es ir cogiendo el vicio... de vivir bien. (p. 42)

Y al retomar el texto anterior me descubro reprendiéndome por todas las veces que le he dado más importancia al “cómo” y he dejado de lado los muchos “por qué” que plenan mi vida y le dan sentido desde que abro los ojos al alba, hasta que ya muy entrada la noche los cierro cansada y muchas veces renegando de haberlos abierto al amanecer. Sin embargo, a pesar de la reprimenda, decido aplaudirme y darme un cariñito porque a pesar de los olvidos y más allá de las múltiples veces que he renegado, siempre he logrado asirme a mi por qué personal, que tiene múltiples caras y que siempre tiene el rostro de mis amores, mi hija, mi madre, mis hermanas, mi sobrina… y el mío propio: el rostro que puedo ver ante cada logro, por pequeño que sea y que me empuja a seguir adelante, sin prisa pero sin pausa.
Para culminar, aunque siento que es mucho más lo que ahora quiero decir y escribir que cuando comencé a hacerlo, me gustaría cerrar este escrito con otro fragmento de Ética para Amador cuyo contenido me parece que “viene al pelo” en el tema tratado en los párrafos anteriores:
¿El sentido de la vida? Primero, procurar no fallar; luego, procurar fallar sin desfallecer. En cuanto a si merece la pena vivir, te remito a lo que comentaba a este respecto Samuel Butler, un escritor inglés a menudo guasón: «Ésa es una pregunta para un embrión no para un hombre.» Cualquiera que sea el criterio que elijas para juzgar si la vida vale la pena o no, lo tendrás que tomar de esa misma vida en la que ya estás sumergido. Incluso si rechazas la vida, lo harás en nombre de valores vitales, de ideales o ilusiones que has aprendido durante el oficio de vivir. De modo que es la vida lo que vale... incluso para quien llega a la conclusión de que no vale la pena vivir. ¡Más razonable sería preguntarnos si «tiene sentido la muerte», si la muerte «vale la pena», porque de ésa si que no sabemos nada, ya que todo nuestro saber y todo lo que para nosotros vale proviene de la vida! Creo que toda ética digna de ese nombre parte de la vida y se propone reforzarla, hacerla más rica. Me atreveré a ir más lejos, ahora que nadie nos oye: pienso que sólo es bueno el que siente una antipatía activa por la muerte. ¡Ojo! Digo «antipatía» y no «miedo»; en el miedo siempre hay un inicio de respeto y bastante sumisión. No creo que la muerte se merezca tanto... Pero ¿hay vida después de la muerte? Desconfío de todo lo que debe conseguirse gracias a la muerte, aceptándola, utilizándola, haciendo manitas con ella, sea la gloria en este mundo o la vida perdurable en algún otro. Lo que me interesa no es si hay vida después de la muerte, sino que haya vida antes. Y que esa vida sea buena, no simple supervivencia o miedo constante a morir. (p. 69)

Coincido plenamente con lo expresado por Savater y me declaro en defensa del momento presente, del aquí y del ahora, no por simple inmediatismo, sino como posibilidad para dar continuar y hacer realidad los sueños del ayer y porque es el único tiempo en el que nos es posible construir el mañana.
 Sólo me basta decir: ¡El que tenga ojos, que oiga! J








Referencias:
Bucay, J. (S/F): El Camino de las Lágrimas.  Edición digital publicada por www.capitalemocional.com
Frankl, V (S/F).: El Sentido de la Vida
Savater, F. (S/F): Ética para Amador. Edición digital.


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