jueves, 27 de diciembre de 2012

Un final poco feliz y muy rostizado

Un final poco feliz y muy rostizado

Enterado como estaba de la historia de los dos amantes durmientes, y sediento de nuevas aventuras, se decidió a emprender viaje en busca de la fama y fortuna que tiempo atrás lo había abandonado.  Vistió sus mejores galas, calzó sus relucientes botas y se terció espada y botija de agua, que eran parte de la estrategia ya ideada en su mente felina y sagaz.

En el recorrido por los campos, evocó sus aventuras con el falso Marqués de Carabás, el ogro y otros tantos personajes del cuento que hoy decidía abandonar.  El Gato con Botas emigraba con gran decisión.  

Recorrió el camino enfrentando nuevos peligros y sin dejar de tomar a sorbos el agua de tinaja que había cuidado de llevar en su botija.  ¡Era parte esencial del plan!

Al llegar, se abrió paso entre la multitud que se aglomeraba para ver al forastero felino que calzaba botas mágicas.  Entró, confiado y sonriente, al recinto donde yacía la durmiente pareja y, en un abrir y cerrar de ojos, vació con mucho tino su contenido vesical en las reales faces de los durmientes enamorados.  Despertaron sorprendidos por el tibio y fétido baño.  De pronto se cerraron las cortinas de la alcoba principesca y la multitud, silente y atenta ya para ese momento, sólo alzanzó a oír un maullido ahogado y una espada caer.  Luego un olor a carne asada invadió los espacios de palacio.  Y ya nunca se supo qué había sido del dueño de aquellas botas que ahora colgaban en el portal del jardín principal de palacio, mezcla de tributo y advertencia.  Y fueron todos felices por siempre (menos uno)….  

jueves, 20 de diciembre de 2012

¡Mañana será otro día!



Llevo acostada tanto tiempo en la desoladora playa del dolor que ya se me hace extraño imaginar otro paisaje. Mis pechos colinas erguidas al viento, orgullosas y serenas –que por mucho tiempo me hicieron sentir hoja seca- muestran hoy el rastro de un inmisericorde bisturí y apenas vuelven a ser sensibles al contacto de otra piel. Aún así los amo, sus cicatrices me recuerdan el triunfo en una batalla.
Levanto mi cabeza y una sensación de pérdida, de no ser, de ser sin estar, me abruma… aún sigo aquí.
Mis ojos, hinchados de tanto derramarse en largas horas de dolor, apenas pueden abrirse… hoy no disfrutan del resplandeciente sol, del azul brillante de un cielo iluminado con su luz… hoy hasta esa luz duele.
Mis muslos, tensos y pesados ruegan, por piedad, un poco más de descanso; “no te incorpores”, parecen gritar… y mi espalda, mi cadera, toda esta máquina gastada de músculos dolientes se unen a esta ferviente súplica. Me abruman sus gritos. Es como si cada uno de ellas fuese un alma en pena, clamando salvación. Me apiado de ellos. De mí. Seguiré recostada en este lecho vacío. Donde ni siquiera tengo el consuelo de ser tuya. Con ese dolor, externo y profundo, no puedo lidiar. ¡Pero qué más da! Ya vendrán otros días de sol en que nuevamente podré salir a pasear mi sonrisa, hoy exiliada y distante de mi rostro… ¡Mañana será otro día!

Osiris

Inocente criatura


Y la niña, en su inocencia, cree que sus padres se distancian de ella para tomarle una foto... En una hora, cuando llegue la patrulla policial, estará hinchada de llorar, muda de llamar a gritos a una mami que -con suerte- no volverá a ver y a quien, en unos 15 años, -con otro poco de suerte- ya habrá olvidado. Su padre, esta misma noche se suicidará. No soporta la propia vida, ¿cómo soportar la de dos personas más?

Osiris

Me vestiré de alegría


Despeinada y algo triste,
relegada de la vida,
con la sonrisa fruncida
por las penas que me embisten
así, hoy, me he despertado
llorando mis penas viejas,
esas que aún no me dejan,
a pesar de ser pasado.

Pero una arruga -oportuna-
me ha dado pronto el aviso,
pues sin pedirme permiso
se alojó en mi tez moruna.
Decido entonces final
ponerle a mi desventura:
digo adiós a la amargura
y me río de mi mal.

Me vestiré de alegría:
con mis risas haré un manto
y -a pesar de tanto llanto-
encararé al nuevo día.
Hoy, a pesar de todo,
enjugaré -esperanzada-
las lágrimas de mis ojos
y no lloraré por nada

Mañana será otro día
ya con sus propias faenas
lo viviré por mí, por mi nena,
bien trajeada de alegría.
Me saldrán 
patas de gallo,
no lo niego, es natural,
pero, ¡que me parta un rayo
si sólo son de llorar!

Cada lágrima brotada
de mis ojos, yo decido,
que ha de ser representada
con risas en mi vestido.
Y así, juntos, risa y llanto,
vestirán mis experiencias
endulzarán mi existencia
¡y enriquecerán mi canto!


Osiris

miércoles, 19 de diciembre de 2012

¡El Fin del Mundo es una Mierda!


¡El Fin del Mundo es una Mierda!

El amanecer del día 22 la vio caminar a tientas por el medio de la calle.  Apenas lograba reconocer la fachada de su casa, frente a la cual yacían, inermes y solitarias, las muchas botellas que compartió con aquella tropa de desconocidos fatalistas que se le unieron la noche anterior para compartir el temor y ahogar las penas del fatídico desenlace.

Poco a poco su cuerpo recobraba la noción tiempo – espacio que sentía distorsionada (debía ser por el cachito de marihuana, el licor nunca la había subido de esa manera). Una extraña sensación de amplitud corporal y un dolor generalizado la hacían tambalearse aún más.  No lograba comprender la razón de ese malestar y de tanto cansancio hasta que, al entrar a su alcoba, recogió los 38 condones esparcidos por el piso y el closet (eran 40, dos se rompieron en plena juerga) y recordó uno de sus propósitos de fin de mundo: romper y multiplicar su marca sexual de por vida.  Voluntarios no faltaron y logró agotar aquella cajita multisápida y colorida de variados condones que había recabado con total intención durante el último mes.

La cama y un espejo eran el único mobiliario en su casa pues, ante la inminente desaparición de la especie humana, decidió venderlo todo e invertir en sexo, drogas y licor… Y regalar algo de dinero a los pobres, por aquello de la redención final.  Hasta esas paredes le eran ajenas, en el sentido más puro: la casa también era parte de las ventas apocalípticas que había realizado, lo recordó al ver llegar el camión de la mudanza de sus nuevos dueños y sentir en su cabeza el dolor de la alegría de aquellos a quienes había creído estafar (¡a quién se le ocurre comprar bienes inmuebles de cara a la destrucción masiva de la humanidad!).

Frente al espejo que tanto la vio reír el día y la noche anteriores, ahora lloraba.  Con la cara entre sus manos y sumida en la autoconmiseración, gritó con dolor desgarrador: - ¡El fin del mundo es una mierda!  Y cayó desmayada por la resaca.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Más triste que la Cucarachita Martínez el día que el Ratón Pérez se cayó en la olla…

Más triste que la Cucarachita Martínez el día que el Ratón Pérez se cayó en la olla…  ¡pero pa´lante!
Hay un adagio -no sé si de Tagore- que se quedó en mí y conmigo hace muchos años:  “Es infinitamente más hermoso ser engañado mil veces, que perder una vez la fe en la humanidad".  Esta aseveración viene a mi mente en un momento en el que me hallo resolviendo –en mi rol docente- serios problemas de valores y –en mi rol “persona”- enfrentando una de esas revisiones profundas que no siempre nos arrojan los resultados que creíamos obvios; estoy, en fin, llevando a cabo un análisis de mi propio ejercicio docente, desde la perspectiva de dos materias que este período me hicieron “ruido”:  Autoestima y Desarrollo Personal y Desafíos de la Educación.  En el transcurso de ambas cátedras se me plantearon interrogantes que me llevaron a una revisión personal de mi ejercicio docente y del entorno socio cultural y psicoafectivo que lo circunda.  Y, en un punto del análisis, llegué a sentirme bastante disconforme y dolida con lo que sucede a mi alrededor.  Sin embargo, no me quedé en esa primera impresión, sino que pasé a la revisión de esos aspectos que me hacían ruido. 
Un primer elemento que tuve como referencia para mi revisión, fueron los postulados de Albornoz (1985), quien para esa época revisara la estructura del sistema educativo venezolano desde una perspectiva integral con predominantes rasgos de su personalidad.  Me desagradó, en primera instancia, el enfoque sexista y clasista de su análisis.  Sin embargo, al ver desde una perspectiva general el análisis del autor, puedo percatarme que siguen vigentes muchos de los aspectos que se critican en su obra, como si de una burbuja en el tiempo se tratara.  Nuestro sistema adolece de múltiples defectos en todas sus instancias, vicios en la metodología y –a la luz de la coyuntura política actual- vicios profundos en la concepción del rol del docente, de la familia y de TODOS los actores del sistema educativo.  Éste presenta, además, una marcada relativización –en su aspecto legal y formal- de las normas y procedimientos, lo cual para cualquier docente que se precie de serlo en toda la extensión de la palabra, representa un marcado compromiso ético y moral. 
Por si lo anterior fuese poco, se le suman los problemas de desarticulación social y familiar que generan, a su vez toda la crisis de valores que impera en nuestras escuelas, familias y en la sociedad toda.  Para sumar “un toque de dulzura” a este postre, también debemos abordar la capacitación poco adecuada de muchos de los docentes en ejercicio en los momentos actuales, lo cual se añade a un deficiente sistema de remuneración y compensaciones.  En este punto quiero detenerme, porque siento y considero que el aspecto concerniente a los valores es un punto de honor que debemos rescatar.  En los últimos años, en nuestro país, se ha venido instaurando una cultura de “vivalapepismo” que pareciera dar al traste con todo lo que hacemos en el aula.  En el plano personal, como mencioné al principio, me ha tocado de cerca esta crisis de valores es notoria en algunos aprendices a los que doy clases, siendo afectada de manera directa y personal a un punto tal de que mis pertenencias fueron sustraídas, en un caso, o que se ha intentado ir contra mi persona en procedimientos administrativos ilegales por no aprobar a quien, no cumpliendo con las competencias mínimas, no ha obtenido la calificación mínima aprobatoria.  Al pasar por esta coyuntura, incluso mi mente se trasladó al análisis de Hoffman en su obra “La educación desde el banquillo de los acusados”, cuando habla de cómo ha evolucionado (¿o involucionado?) cada una de figuras que se integran como actores del sistema educativo y la concepción que se tiene del marco legal que nos “asiste”.  Debo confesar que mi primera lectura de este segundo autor, fue con una visión más bien divertida; sin embargo, me descubrí leyendo de nuevo en mi mente todo cuanto aportó en sus páginas, a la luz de esta experiencia que acabo de asomar y –definitivamente- logré comprender mucho mejor el punto de vista del autor, llegando hasta a añorar a esos maestros, estudiantes y padres “de antes”.  Y lo digo sin el menor desparpajo, pues es innegable que estos aspectos condicionan el desempeño y motivación de cualquier docente y yo no escapo a esa situación de afección. 
La revisión no termina aquí, creo que he llevármela “de tarea” por muchos, muchos más meses, pero deseo detenerme en este punto para no convertir mi ensayo en un simple balance de pérdidas.  Quiero ahora –desde mis convicciones, mi experiencia y (por sobre todas las cosas) desde mis afectos- dejar sentado que todo este panorama, lejos de ser un tope para mi desempeño profesional, es en realidad una oferta abierta de un escenario para demostrar mis potencialidades; y es en este punto donde que cobra valor y peso específico el nombre de la cátedra: DESAFÍOS DE LA EDUCACIÓN; pues lo que para muchos podría ser un cataclismo de obstáculos puede consolidarse –dependiendo del cristal con que se mire- en el espacio perfecto para destacar y hacer la diferencia.
Comencé hablando del adagio –repito, no sé si de Tagore- que se quedó en mí y conmigo hace muchos años:  “Es infinitamente más hermoso ser engañado mil veces, que perder una vez la fe en la humanidad".  Ante una realidad tan avasallante como la descrita en los párrafos anteriores, no queda nada fácil la congruencia entre palabra y acción, ¡nada fácil!  Especialmente cuando hay los tropiezos inherentes a eso que llamamos naturaleza humana.  Ser congruente con esto, significa trascender el contacto con las miserias –propias y ajenas- y atreverse a soñar, ¡a creer!, que lo que se hace tiene un sentido y ha de surtir un efecto sistémico:  no cambiaremos el sistema sino cambiando nosotros mismos y nuestro entorno.  Eso lo hemos escuchado siempre, toca ahora ponerlo en el plano de la praxis inmediata.

Mencioné anteriormente que esta revisión la he llevado a cabo desde las vivencias poco agradables que como docente me ha tocado presenciar los últimos días.  Por eso hoy, con las lágrimas a flor de piel y con una tristeza más grande que la muralla china, reafirmo mi convicción de ser docente, a pesar del entorno y de los tropiezos, a pesar de esas pequeñas mezquindades que a veces tocan nuestro hacer y nuestro andar.  Me permito reafirmar que creo que vale la pena confiar en el ser humano y apostar por una mejor calidad de vida, con todas las letras y significados que eso implica.  Sí, hoy estoy más triste que la Cucarachita Martínez el día que el Ratón Pérez se cayó en la olla, pero eso no ha de cambiar mi naturaleza, mis valores y mi convicción de que la educación puede hacer la diferencia.  Educación, ésa, la integral, la que considera el todo y las partes; no la que sólo cubre contenidos y descuida la trascendencia del ser humano.  Hoy me toca, como docente que se reconoce humana y, en tanto tal, perfectible, aprender –de una forma algo retorcida, cruel e ilógica- cuánto valen los afectos y de qué manera superan el valor de un bien material (al menos para mí).  No sé cómo reaccionar del todo ante las agresiones o fallos del sistema, esos que no hieren y lastiman, no quiero actuar (soy educadora, no actriz) y no quiero herir, a pesar de la herida recibida.  Este llanto silente debe traer consigo algún aprendizaje (que aún no decodifico y que me indigna hasta el hartazgo), pero me niego a pensar que sea el no confiar, el no querer, el no amar aquello que hago y para lo cual me he preparado con el mayor de los esmeros.  Me niego a ello de manera rotunda pues, lo contrario, sería ir contra natura.  Hoy, como todos los días, a pesar de esta desagradable sensación que tengo entre pecho y espalda al ver una realidad que no es la que deseo para mí, para mi hija, ni para mis estudiantes ¡BENDIGO EL BIEN Y QUIERO VERLO!, en la convicción de que fuimos creados en bondad, amor y honestidad y que podemos –si así lo decidimos- devolver en bien lo que en bien recibimos, reconociéndonos docentes de calidad, capaces de responder a los retos de esta sociedad y construir –juntos- la patria grande y bonita que nos merecemos.