Mi amiga, Patricia Lara, escribió esta narración breve:
Rapunzel
La llamó desde el pie de la torre
y Ella; harta ya de que fuera a visitarla
en las noches y al amanecer partiera
dejándola en la torre
a merced de la bruja.
en un arrebato de inspiración
-o ira-
cortó con tijera su hermosa trenza rubia
y la arrojó al amante desde el balcón.
¡Y pensó!
A ver si por fin un día al bello príncipe "enamorado"
se le ocurre traer una escalera
para por fin poder ella escapar
y dejar de ser la prisionera
de la bruja cruel y despiadada
y también porque no decirlo
del príncipe encantado.
Patricia Lara
Y yo, de locotróngola, le propuse los finales siguientes, planteando diferentes escenarios para el desenlace:
Rapunzel (final 1)
Luego del arranque de Rapunzel, afligido, el príncipe se
echó a llorar al pie de un arce junto al cual reposaba la larga cabellera.
Lloró desconsoladamente, sus lágrimas bañaron una y otra vez
aquel hermoso rostro hasta que, agotado de tanto sollozar, se durmió
envolviendo su cara con el dorado recuerdo de su amor ahora roto.
Pasaba por ahí otro príncipe, también muy apuesto y un poco
corto de vista, que buscaba a una princesa condenada a dormir por siempre y, al
ver a nuestro príncipe, ocurrió que –confundido por la blonda cabellera que
rodeaba su cara- lo creyó la princesa de sus anhelos e inspirado por la emoción
del momento le dio el más profundo y apasionado beso que hombre alguno haya dado.
Lo que al principio fue una sorpresa para ambos, se
convirtió en una historia con final feliz:
aliviados de tanta carga, decidieron huir y vivir los dos, felices por
siempre.
Rapunzel (final 2)
Cansada de esperar por el príncipe (quien resultó ser un dechado de pereza y no
se atrevió a cargar con la escalera), Rapunzel dejó crecer su cabello nuevamente
y lo volvió a cortar pero, esta vez fue más inteligente: se tejió una liana por la que escapó y huyó
allende los mares.
Hoy es una princesa liberal, sin ataduras emocionales, cuenta con una peluquera
personal que evita que el cabello crezca en exceso, se hizo la queratina para
quitar las ondas que le dejara la crineja a la que estaba habituada y vive
feliz, pasando una consulta de orientación y terapia de autoayuda para
princesas, brujas y hermanastras abandonadas.
¿Y el príncipe? Sigue soltero, rondando
las torres del reino, a ver si cae de ellas alguna cabellera incauta.
Rapunzel (final 3)

Así encontraron sus osamentas doscientos años después los expedicionarios de la National Geographic al explorar los restos de un castillo medieval.
Rapunzel (final 4)
Viendo que había llegado la hora de actuar, el príncipe trajo a sus mejores
hombres y les hizo construir una escalera sólida y estable. Rapunzel, sorprendida y más enamorada que
nunca, bajó por ella hasta los brazos de su amado.
Juntos construyeron el más grande emporio de escaleras, puentes y sistemas de
andamiaje que jamás se haya visto. ¡Ah!, y una franquicia de pelucas de cabello
natural, pues a Rapunzel no dejó de crecerle el cabello. ¡Y vivieron ricos y felices por siempre!
Rapunzel (final 5)
Al anochecer del tercer mes, Rapunzel tomó una decisión que
cambiaría su vida. Al amanecer, ya
cansada de esperar, recogió sus cosas en un atado y lo sujetó a su
cintura. Tomó la única cortina de seda
del recinto y, extendiendo sus brazos cual águila que planea por los aires, se
dejó llevar por la fría brisa matinal (con el tiempo se sabría que, después de
Ícaro, era considerada la pionera de los vuelos artesanales en parapente).
Contempló paisajes que nunca había imaginado y voló muy lejos, tanto, que aún
hoy no atina a recordar cuántos reinos sobrevoló en su huída. Ya cayendo la tarde, sus brazos ya no
soportaban más y fue cediendo mientras caía en una suave picada que más bien la
hacía parecer una pluma.
En tierra, alguien la miraba con ojos de asombro, arrobada ante el brillo que
los rayos del sol del ocaso le imponían a aquella cabellera… Ella, Pocahontas, dejó de llorar por la
partida de su querido capitán y se entregó a la contemplación de aquella
especie de ángel que caía frente a sus ojos.
Corrió desesperadamente al verla caer al agua, nadó como nunca en busca de
su ángel y la llevó a la orilla. Al ver
que no respiraba, sollozó por unos momentos y luego, determinada a quedarse con
aquel envío del Dios Sol, intentó compartir un soplo de vida con ella. En la confusión, el recuerdo del príncipe,
del capitán, los deseos dormidos, la admiración por la divinidad y el
agradecimiento por la vida recobrada se fundieron en un beso único y prolongado
que selló la unión de estas dos princesas que vivieron felices por siempre a
orillas del mar, entre conchas, arena y chapuzones a la luz de la luna.
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