Amores que matan
(la última cornada)
Amanecía en el motel de la carretera. La luz del alba penetraba por las persianas y
un rayo travieso iluminó el oscuro pozo que bañaba sus pies. Entre las sábanas, un traje limpio para
cambiarlo y acicalarlo como él merecía.
Cuando llegó la patrulla, sonrió orgullosa, ¡se veía tan guapo, a pesar
de la herida mortal en su sien izquierda!
Había hecho un buen trabajo y nadie diría lo contrario. Siempre cuidó de él, siempre lo amó, desde la
primera sonrisa hasta el último de los cuernos.
Hasta el primer disparo.
Sonriente y aliviada, tendió las manos, vio cómo le colocaban las
esposas y suspiró.
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