El Sentido de mi Vida
La lectura de la
obra de Viktor Frankl me supuso un reencuentro con la capacidad que tengo como
ser humano para decidir vivir mi vida a gusto y en atención a logros pequeños,
logros que se hacen presentes en el día a día y que de alguna forma se
convierten en el sistema de engranajes que mantiene en movimiento a la persona
que soy y al ser humano en formación constante que nunca dejaré de ser.
Cuando comencé la
lectura, tuve la impresión de estar leyendo una historia más acerca de los
horrores de la guerra, narrada desde la perspectiva frustrada y reconcomiada de
un ex refugiado que aún no lograba superar su pena de haber sido vejado una y
otra vez por insensibles oficiales que no consideraban en absoluto la dignidad
humana. Me sorprendió gratamente el
hecho de conocer un nuevo enfoque respecto a lo que es decidir cómo sentirse y
cómo reaccionar ante diferentes estímulos negativos que pudieran considerarse
fatales para la subsistencia. La actitud “de vida” asumida por Viktor Frankl es
bien difícil de lograr, sobre todo por el hecho de que, como dice Bucay en El
Camino de las Lágrimas
…hemos sido entrenados por los más
influyentes de nuestros educadores para creer que no soportaremos el dolor, que
nadie puede superar la muerte de un ser querido, que podríamos morir si la
persona amada nos deja, que la tristeza es nefasta y destructiva, que no somos
capaces de aguantar ni siquiera un momento de sufrimiento extremo de una
pérdida importante. Y nosotros vivimos así, condicionando nuestra vida con
estos pensamientos, que como la mayoría de las creencias aprendidas son una
compañía peligrosa y actúan como grandes enemigos que nos empujasen a veces a
costo mayores que los que supuestamente evitan. (p. 2)
Y es que como ya
dije, es poco lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida respecto a
trascender el propio dolor, superar las dificultades y –cual ave fénix-
levantarnos de las cenizas para constituirnos en nuestra propia fortaleza. Por
el contrario, como bien lo expresa el citado autor, nos condicionamos y creamos
enemigos interiores que merman poco a poco las ganas de seguir adelante ante
cada una de las adversidades –grandes o nimias- que nos tocan enfrentar en
nuestro recorrido por el camino de la vida.
Lo dicho, juraba que
estaba ante una nueva “Lista de Schindler” y ya me preparaba para lo peor. En
contraposición a todo esto me descubrí disfrutando de la historia de “un loco”
que, ante una situación crucial que amenazaba su propia existencia, decidió
vaciar el sufrimiento y el dolor, desalojarlos por completo de su cuerpo y
colmar cada uno de esos espacios con unas ganas de vivir que a veces me
parecieron posibles sólo vistas desde la perspectiva del personaje interpretado
por Federico Fellini en la película “La
Vida es Bella”. Sin
embargo, el personaje encarnado por Fellini se me antojó muchas veces
pusilánime y falto de esa dignidad y
espíritu asertivo que Frankl pone de manifiesto hasta para encarar al agresor
en un momento en que a muchos nos habría parecido más conveniente callar o
asentir, a pesar del vejamen del infringido. Reitero mi admiración por tal
actitud, así como mi incredulidad ante la capacidad para mantener el centro de
tal manera. Y es que esto de mantener el centro, sobre todo en momentos de
dificultad, se me hace un poco cuesta arriba, a tal punto que en algunos
segmentos de la lectura llegué a sentir cierta antipatía y animadversión contra
“este tipo” (así lo llamaba para mis adentros en los lapsos que mi encono no me
dejaba otra salida que una mezcla de rabia-envidia por la actitud asumida ante
las situaciones críticas) y cierto nivel de empatía con “los de verdad”… Sí, de alguna forma me llegué a sentir más
identificada con los derrotistas que con ese espíritu optimista y aguerrido
dispuesto a auto preservarse que encarna Viktor Frankl; y es que, en los
últimos 10 años, he atravesado por un sinnúmero de vicisitudes relacionadas con
mi salud que en más de una oportunidad me han hecho sentir esa autocompasión y
resignación de la que me sentí copartícipe en varias oportunidades.
Pero en algún punto
de la lectura ese mismo espíritu optimista que subyace en todo el relato me
recordó a alguien muy cercano, especialmente cuando se hace referencia a la
frase de Nietzsche que versa “Quien tiene algo por qué vivir es capaz de
soportar cualquier como”, y fue allí donde la antipatía y la incredulidad
perdieron fuerza porque me pegaron la nariz con una realidad palpable, con un
ser “de verdad” a los ojos de mi limitada imaginación que de una u otra manera
y posiblemente sin saberlo, pregona con el ejemplo mucho de lo que postula “el
Dr. Frankl”: mi madre. Sí, ella, con su
sencillez, con sus muchas razones para decir Gracias Padre aún en los momentos
más adversos, me fue más real, más ejemplificable para la teoría propuesta en
la obra que tenía en mis manos. Y tal vez quien lea estas líneas dirá que sólo
se trata de alguna manifestación edípica o eléctrica (¿se dice de esta manera?)
de quien escribe al tratar de ensalzar o sobrevaluar las actitudes propias de
una madre. Y puede que tenga razón. Pero en lo que a mí concierne, me fue mucho
más fácil aceptar que un ser así y una determinación tal existen desde el
conocimiento de esta persona maravillosa que ha caminado un largo trayecto
conmigo y que, hoy por hoy, sigue dándome lecciones de perseverancia y ánimos
para dar el siguiente paso en mis momentos de cansancio, de duda o de
desfallecimiento. Y lo increíble de todo no resulta ser que exista esta persona
maravillosa capaz de mantener su centro en el “por qué” vivir, sino el hecho de
que en muchas oportunidades esto pasa por alto ante nuestros ojos por múltiples
razones.
Quiero aclarar en
este punto que a estas alturas me descubro mucho más imperfecta, inmadura y
necesitada de “sanación interna” de lo que me creía antes de comenzar la
lectura del material revisado, no por éste en sí mismo, sino por el viaje
interior que ha acompañado su lectura hacia mis afectos, mis actitudes ante las
vivencias de mis “ticinco” y por la revisión que causalmente el momento que
vivo me ha llevado a hacer de algunas cosas que a lo mejor no están
explícitamente planteadas en la obra leída, pero que de una u otra forma me
mueven en este instante, sobre todo al hacer referencia a la actitud siempre
con la mirada en el horizonte de mi madre ante mis tantas “derrotas”. Y es que
no sólo se trata, creo, de lo que dice un texto determinado lo que de él nos
conmueve o nos lleva a la reflexión. Me parece más bien que ésta viene
determinada por los muchos otros factores que pululan en el contexto interno de
quien lee y tal es mi caso, porque incluso recordé, ante mi inclinación a la
autocrítica a veces excesiva, que Savater en su Ética para Amador (lamento no
poder mencionar el año, pues tengo el ejemplar en formato digital y “fusilado”)
cita al poeta Jorge Luis Borges y hace referencia al hecho de que cada cual
decide y es responsable de cuán buena ha de ser la vida que ha de llevar,
señalando que
El meollo de la responsabilidad, por si te
interesa saberlo, no consiste simplemente en tener la gallardía o la honradez
de asumir las propias meteduras de pata sin buscar excusas a derecha e
izquierda. El tipo responsable es consciente de lo real de su libertad. Y
empleo «real» en el doble sentido de «auténtico» o «verdadero» pero también de
«propio de un rey»: el que toma decisiones sin que nadie por encima suyo le dé
órdenes. Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo,
me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy
transformándome poco a poco. Todas mis decisiones dejan huella en mí mismo
antes de dejarla en el mundo que me rodea. Y claro, una vez empleada mi libertad
en irme haciendo un rostro ya no puedo quejarme o asustarme de lo que veo en el
espejo cuando me miro... Si obro bien cada vez me será más difícil obrar mal (y
al revés, por desgracia): por eso lo ideal es ir cogiendo el vicio... de vivir
bien. (p. 42)
Y al retomar el
texto anterior me descubro reprendiéndome por todas las veces que le he dado
más importancia al “cómo” y he dejado de lado los muchos “por qué” que plenan
mi vida y le dan sentido desde que abro los ojos al alba, hasta que ya muy
entrada la noche los cierro cansada y muchas veces renegando de haberlos
abierto al amanecer. Sin embargo, a pesar de la reprimenda, decido aplaudirme y
darme un cariñito porque a pesar de los olvidos y más allá de las múltiples
veces que he renegado, siempre he logrado asirme a mi por qué personal, que
tiene múltiples caras y que siempre tiene el rostro de mis amores, mi hija, mi
madre, mis hermanas, mi sobrina… y el mío propio: el rostro que puedo ver ante
cada logro, por pequeño que sea y que me empuja a seguir adelante, sin prisa
pero sin pausa.
Para culminar,
aunque siento que es mucho más lo que ahora quiero decir y escribir que cuando
comencé a hacerlo, me gustaría cerrar este escrito con otro fragmento de Ética
para Amador cuyo contenido me parece que “viene al pelo” en el tema tratado en
los párrafos anteriores:
¿El sentido de la vida? Primero, procurar no
fallar; luego, procurar fallar sin desfallecer. En cuanto a si merece la pena
vivir, te remito a lo que comentaba a este respecto Samuel Butler, un escritor
inglés a menudo guasón: «Ésa es una pregunta para un embrión no para un
hombre.» Cualquiera que sea el criterio que elijas para juzgar si la vida vale
la pena o no, lo tendrás que tomar de esa misma vida en la que ya estás
sumergido. Incluso si rechazas la vida, lo harás en nombre de valores vitales, de
ideales o ilusiones que has aprendido durante el oficio de vivir. De modo que
es la vida lo que vale... incluso para quien llega a la conclusión de que no
vale la pena vivir. ¡Más razonable sería preguntarnos si «tiene sentido la
muerte», si la muerte «vale la pena», porque de ésa si que no sabemos nada, ya
que todo nuestro saber y todo lo que para nosotros vale proviene de la vida!
Creo que toda ética digna de ese nombre parte de la vida y se propone
reforzarla, hacerla más rica. Me atreveré a ir más lejos, ahora que nadie nos
oye: pienso que sólo es bueno el que siente una antipatía activa por la muerte.
¡Ojo! Digo «antipatía» y no «miedo»; en el miedo siempre hay un inicio de
respeto y bastante sumisión. No creo que la muerte se merezca tanto... Pero
¿hay vida después de la muerte? Desconfío de todo lo que debe conseguirse gracias
a la muerte, aceptándola, utilizándola, haciendo manitas con ella, sea la
gloria en este mundo o la vida perdurable en algún otro. Lo que me interesa no
es si hay vida después de la muerte, sino que haya vida antes. Y que esa vida
sea buena, no simple supervivencia o miedo constante a morir. (p. 69)
Coincido plenamente
con lo expresado por Savater y me declaro en defensa del momento presente, del
aquí y del ahora, no por simple inmediatismo, sino como posibilidad para dar
continuar y hacer realidad los sueños del ayer y porque es el único tiempo en
el que nos es posible construir el mañana.
Sólo me basta decir: ¡El que tenga ojos, que
oiga! J
Bucay, J. (S/F): El Camino de las Lágrimas. Edición digital publicada por www.capitalemocional.com
Frankl, V (S/F).: El Sentido de la Vida
Savater, F.
(S/F): Ética para Amador. Edición digital.