Eulalio
Conocí
a un hombre. O lo que creí que lo era (con el tiempo pude notar que apenas era
la sombra de uno). Siempre me movió a risa su necesidad de destacar el título
profesional que ostentaba; en la oficina a todos –sin excepción- nos abordaban
la risa y la lástima al ver aquella constante demostración pública de necesidad
de reconocimiento no vinculado a su persona sino a un papel, al título de una
profesión que, dicho sea de paso, no ejercía ni de oficio. Por esta razón se
hacía difícil comprender esa dicotomía entre el “soy tal cosa” y el
“mírenme como no ejerzo la tal cosa que soy”. Al tiempo lo entendí: la persona
que era Eulalio tan poco tenía para ofrecer, que se postulaba en todo espacio
público y privado, ostentando el título que había logrado no por puro mérito
propio, sino por “recostarse” oportunamente de una amiga que “lo graduó”. Un
buen día se descubrió por completo su pusilanimidad y capacidad rastrera. Justo
en esa fecha pude agradecer con absoluto convencimiento el hecho de que se
jactara tanto de su profesión –la que sólo le servía como tema de conversación
en reuniones de equipo, pero muy poco para su ejercicio profesional- , pues
pude ver cuán distante estaba de llamarse docente y cuán a salvo estaba yo de
llamarlo ¡colega!... ¡Toda una bendición!
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